El verano de 2019 tiene como protagonista a la decepción. Esta amargura reside en los montes incapaces de sofocar la angustia y en la desaparición de una selva que sirve para mitigar nuestra codicia. Pero la decepción también procede de aquellos receptores de ilusiones y en aquellos oasis que quedaron en sólo un paisajismo. La decepción va acompañada de la traición y de la soberbia, del egoísmo y del carpe diem porque no desplegaría sus alas si recapacitase sobre el mañana. ¿Acaso importan las próximas generaciones? ¿Acaso importa la salud del planeta? O puede que la cuestión resida en la incapacidad humana para ponernos en la piel de la especie que huye de una pesadilla, del pueblo que observa cómo las llamas devoran su hogar y rebaños, o de pensar en las comunidades indígenas desgarradas al ver su mundo reducido a cenizas. Por no hablar de los seres, tanto vegetales como animales, que ya no es que cuenten con fecha de caducidad, es que ya están extintas. Además de la traición, la decepción provoca una resignación que destruye todas las esperanzas que se puedan tener del incierto futuro.
En esta situación, no tiene sentido la falta de información, la falta de sensibilidad y la insensatez con la que se está actuando a pesar de las maravillosas ideas que brotan cada día y las acciones que se están desarrollando de forma local y que tienen un impacto global. Pero en esta decepción también está la incoherencia del supuesto mundo de la comunicación y del mundo concienciado cuando el ser humano no aprende la lección marcando una agenda política y alarmista para no mostrar lo que no se quiere enseñar. Resulta sorprendente que en el mundo de las tendencias donde un vídeo da la vuelta al mundo en unos minutos o un gesto gracioso se hace viral en solo unas horas, los distintos puntos calientes que componen el incendio más importante del año, no son dignos de aparecer en los medios hasta quince días después. Y evidentemente, sigue sin ocupar portadas como sí ocurre en otro tipo de situaciones recientemente vividas.
Es ahora cuando la ciudadanía puede comprender o no el rumbo que se está tomando porque ya no se puede hablar más claro. Nuestra forma de viajar, relacionarnos y alimentarnos está desangrando el techo que tenemos y la herida aumenta con mayor dolor año tras año pero no dejamos el consumo exacerbado aderezado de nuestra avaricia por conquistar, literalmente, el planeta.