Igualdad ambiental

El calendario marca el inicio del año pero la barbarie machista nos recuerda que seguimos viviendo en el pasado. Apenas estrenábamos el nuevo curso cuando unas manos decidieron acabar con la vida de una mujer. El trato hacia las personas y a nuestro entorno está inclinando la balanza hacia el lado opuesto al bienestar. Pero la voz aumenta su fuerza y pide dignidad, libertad, igualdad, esperanza y justicia.

Que veamos normal que las parejas controlen qué vestimos, con quién vamos o qué sentimos resulta incoherente puesto que hablando con un matrimonio de la generación anterior entendí que la estupidez y los celos no entienden de edades y que estas piezas contaminantes no tienen que residir en las personas que decidimos tener como compañeras de viaje como un inquilino más. El respeto y la intimidad deben figurar como el oxígeno que transforman los árboles, al igual que los animales actúan como indicador climático o cómo nuestro planeta exhala cada día nuestros residuos enviando el aviso que nos da nuestro corazón cuando algo va mal. El planeta está transmitiendo un SOS.

Por ello,  este año debe ser igualitario tanto para nuestro vecindario como para nuestros compañeros sintientes cuyos latidos dotan de sentido nuestra realidad. La esencia de la cotidianidad reside en los pequeños gestos, en evitar puñetazos a los derechos humanos y en reaccionar ante quienes silencian lo que ya se considera toda una la revolución verde. Sí, las valientes que cada día afrontan la mierda que soportamos todas conviven con el resto de elementos que forman una cadena de equilibrio y que sin mirar los satélites y cometas que nos rodean, deberíamos tener en cuenta porque la lucha no es que haya comenzado: ha resucitado y con más energía que nunca. ¿Qué podemos perder? Si nuestros enemigos reciben una palmada en los hombros tras cometer una atrocidad y nuestra atmósfera se impregna de nuestro consumo desmesurado, ¿qué más nos da? Pues bien, ya ni pensando en las próximas generaciones que me pongo en el hoy, en el 2019. Llevo años observando personas que deciden practicar deporte con mascarilla tiznada por la contaminación, peces y otros seres de los océanos atrapados por los plásticos que utilizamos para un consumo de aquí te pillo y aquí te mato.

 

Somos unos y unas invitadas más

Debemos pensar que igual que cuidamos a nuestras mascotas, plantas, hijos e hijas, debemos respetar nuestro suelo, aire y agua. Somos unos invitados e invitadas más en este lugar extraño llamado “mundo” y nuestra huella debe ser lo más invisible cual partícula contaminante de menos de 2,5 micras que convive junto a tu electrodoméstico, aparato móvil y medio de transporte. Y también con tu vecina, quien recibe a diario una bronca por sus amistades en las redes sociales o una decisión más. Y por tu compañera de trabajo que cobra menos que tú. Y por tu amiga que tiene que soportar miradas lascivas porque decidió llevar falda ese día.

Hace unos días leía un comunicado de Ecologistas en Acción en el que rezaba que este año puede ser «el año que marque el cambio de rumbo, que siente las bases para que en la década que comienza en 2020 se afiance el ecologismo social y el ecofeminismo, que promueven un modelo más justo y sostenible».

La libertad y la igualdad se está fortaleciendo al mismo tiempo que lo hace la preocupación por el entorno. Si la palabra del año fue microplásticos, el grito común de los últimos tiempos señala que hay que frenar para avanzar. Frenar en tolerar comentarios, pensamientos y arañazos para avanzar en respetar al resto de seres invitados de este planeta. Comencemos el 2019 para ver el camino, las estrellas y la esperanza.

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